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martes, octubre 21, 2008

“El Cartero y el Ladrón IV”

“El ladrón puede robar las cartas, pero nunca el contenido de aquellas”
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Aquella noche después de haber sido víctima de robo en su propia casa, Raúl tuvo una noche más silenciosa que lo normal. Miro, leyó y releyó una y otra vez la carta que aun tenía consigo (9 de las 10 cartas que aun faltaban por leer, habían sido robadas). En vano se aventuró a saber que era lo que las demás cartas decían. Quizás aquellas cartas le decían lo que tenía que hacer en su vida, quizás le contaban algún secreto de la vida, etc. sin embargo toda la verdad que aquellas cartas contenían no podía ser revelada ya que el Ladrón una vez más había realizado casi a la perfección su “trabajo”. El ladrón se llevó consigo las cartas de Raúl y de paso se llevó la alegría de este joven y por si esto fuera poco vulneró la paz que reinaba en aquella casa. Después de pensar una y otra vez sobre las cartas que faltaban por leer, apagó la luz, se recostó sobre la cama y así tal cual se durmió sin ni siquiera cambiarse la ropa con la cual había llegado.
¡Din, Don!, con este sonido Raúl se despertó a la mañana siguiente a eso de las 10 antes del mediodía. Era el sonido de timbre más ingrato, y para mala suerte de Raúl éste se repitió un par de veces y solamente por la insistencia se levantó. Silencioso se dirigió a la puerta y contestó el citófono.
- Hola, ¿quien es?
- Soy yo, Don Benito, el cartero
- Ah buenos días – como intentando cambiar el tono de voz – pero sabe, no quiero más cartas, las que quería leer ya no están, porque se las han robado otra vez.
- Vaya, vaya – interrumpió Benito – ahora entiendo la demora en contestar y su tono de voz.
- Si es eso, no quiero mas cartas, adiós.


Y de improviso Raúl terminó la conversación, enojado, desanimado, con rabia y descargando todo aquello con Don Benito. Sin embargo éste muy porfiadamente se animó a tocar el timbre de nuevo… ¡Din, Don! Y este después de unos segundos fue contestado:
- Hola… - dijo Raúl conteniendo su enojo
- Soy yo don Benito nuevamente – dijo con tono más alegre que la primera vez como intentando aquietar el ánimo exasperado del joven
- Dígame… ¿Qué quiere?
- En primer lugar lamento lo del robo de sus cartas, pero quiero conversar con usted, tengo algo que le puede interesar, es la última vez que hablo con usted si así lo desea, pero tengo que contarle varias verdades…


Después de un par de minutos de conversación mediante el citófono, el escenario había cambiado y Don Benito y Raúl conversaban ahora en la comodidad de un viejo pero acogedor sillón.


- Primero que todo – comenzó diciendo el viejo esperando sorprender a Raúl – traje una nueva carta, que es más grande que las demás y otra pequeña que corresponde al día de hoy (mientras decía aquello se las entregó a Raúl), y bueno espero que no sea la última conversación ni tampoco la ultima carta que te entregue…
- Vaya, vaya… - interrumpió Raúl abriendo la carta más grande cuando aun el viejo no terminaba de hablar – esta carta tiene fechas, y son de días anteriores… 7 de octubre,6,5, 4 de octubre… y si no me equivoco estimado Benito, son nueve fechas, las mismas nueve fechas que me faltan por leer y que ayer fueron robadas, ¡Cómo lo hizo! (ya con tono más alegre y mezclado con una pizca de asombro)
- Muy fácil mi estimado, te contaré una gran verdad. ¿Te recuerdas cuando el ladrón te robó las cartas la primera vez y esa vez consigo también se llevó tu buzón? (para comprender de mejor forma léase “El cartero y el Ladrón I”). Bueno en ese entonces lo atrapé cuando se iba arrancando y te pude devolver tanto el buzón como así también las cartas, que sin duda son lo más importante. Fue en ese entonces que comencé a transcribir una a una todas las cartas que te habían enviado a tu buzón porque sospechaba que nuevamente el ladrón haría de las suyas y te volvería a robar las cartas. La segunda gran verdad que te quiero contar es que: “Lo importante es el contenido de las cartas y no el papel físico que las contiene, cosa que el ladrón conoce pero simplemente puede robar lo segundo y no lo primero, es decir, puede robar las cartas pero nunca se llevará consigo el contenido, porque de una u otra forma yo me voy a encargar de reembolsarlas, de escribirlas o decirlas de alguna u otra manera al destinatario real”. Y por último otra gran verdad que de solo contarla me da un tanto de risa: “El ladrón cree saber todas las cartas que te puedo entregar, sin embargo desconoce que diariamente estoy pensando en una nueva carta”.

- Ahora entiendo todo – dijo Raúl abrazando a don Benito y aun manteniendo el abrazo continuo con estas palabras – el ladrón me ha querido alejar de usted y en un comienzo lo logró ya que lo esquivaba cuando usted quería conversar conmigo en la esquina y cuando ya le coloqué atención se llevó consigo el buzón y después las cartas. Ahora entiendo todo, intentaré leer diariamente las cartas que usted me deja en el buzón e intentaré aprender de cada una de ellas.
- Lo estimo demasiado Raúl, pero debo seguir entregando cartas, hablamos mañana a la hora que tú desees.
- Está bien, vaya, sin duda hay mas gente con la cual usted quiere hablar, ¡que le vaya bien!
- Lo estimo mucho mi amigo – dijo el viejo despidiéndose y abrazando por última vez a Raúl.


Fin de “El cartero y el Ladrón”
Espero que les haya gustado.

crédito fotografía: http://bighugelabs.com/flickr/onblack.php?id=2263052313&size=large

sábado, octubre 11, 2008

“El Cartero y el Ladrón III”

“Aun siguen habiendo cartas por leer”
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Y de esta forma Raúl entró a la casa con un montón de cartas por leer. Como niño en navidad entretenido con sus juguetes, así Raúl comenzó la lectura. Leía una a una las cartas, sin desatenderse de los ruidos que había en casas contiguas ni menos pensaba en la posibilidad de encender el computador (ordenador en España) y ni siquiera en prender la televisión. Así transcurrió gran parte de la mañana antes de que dieran las 12, hora en que debía de ir a la Universidad.

Afuera el sol lucía su mejor traje como dándole la bienvenida a una anhelada primavera. Pájaros, flores que caían de los árboles alegraba la caminata de unas cuantas cuadras para llegar a la Universidad. El aire fresco era como un incentivo para caminar, la gente y los pensamientos eran como la de un día ideal. Y bueno así transcurrieron varios días de este joven, levantándose temprano, anhelando leer una y otra vez las cartas y la meta estaba ya casi concluida. Faltaban solo 10 cartas por leer, algo que era casi impensado hace unas semanas atrás.

Sin embargo un día al volver a casa se encontró con un triste panorama, la casa se encontraba desordenada, las ventanas abiertas, lámparas caídas y uno que otro cajón entreabierto. ¿Qué paso acá? Se preguntó. Corrió rápido al dormitorio y abrió con igual rapidez el velador, para ver si aun tenía el dinero para los gastos del mes. Lo extraño era que ese dinero se encontraba, un tanto desordenado, pero se encontraba. Y así pensó en todos sus objetos de valor y uno a uno se dio cuenta que todos estaban en su lugar. Eso le dio calma y ánimo para ordenar la casa.

Después de arduas horas de trabajo, consiguió reestablecer el orden y un merecido descanso acompañado de leche y galletas que había comprado en el negocio de Don Agustín antes de entrar a la casa. Relajado y ya en pijamas se encontraba sentado en la alfombra del living viendo un rato las noticias cuando se acordó de leer las cartas que periódicamente a esta hora lo hacía. Las buscó en el lugar de siempre, al lado de los libros de estudio y no las encontró, por más que buscó en ese lugar, no estaban. Lo mismo también hizo debajo de la cama; en el lugar de las revistas; en el closet, pero nada. Por esas cosas escuchó un ruido en la cocina, se dirigió lentamente hacia allá y el ruido se repitió un par de veces gracias al incesante viento que comenzó a aparecer ya terminada la tarde como típico día de primavera en esta parte sur del mundo. Asomó tímidamente la mano para encender la luz y con el pie derecho terminó de abrir la puerta. Se asomó completamente y vio que la puerta que da directamente al patio se encontraba entreabierta. Cuando iba camino a cerrar la puerta se dio cuenta que habían aun huellas frescas de zapato y lo peor de todo fue que encontró una las diez cartas que aun faltaban por leer. Recién en ese momento Raúl entendió el motivo del robo. El ladrón lo había hecho de nuevo, ahora en el lugar más seguro que uno puede tener en la vida. El ladrón nuevamente se robó las cartas y más aun se llevó 9 de las 10 cartas que aun faltaban por leer.

Continuará…
Esperen la cuarta parte y final