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martes, abril 08, 2008

"El Encuentro con Alejandra" (5)

"La parte final de la historia"
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Así continuaron el viaje. A medida que pasaban las horas y se osurecía los pequeños comenzaron a agotarse y lentamente se fueron acostando en la barca. Es por esto que comenzaron a mirar el cielo. Y de esta forma esperaron el atardecer en el bote, sintiendo el suave “clap” del choque con el agua, mirando como el cielo se tornaba más oscuro y como por arte de magia una que otra estrella aparecía. Al principio fue difícil encontrar con la mirada el primer astro que se asomaba para embellecer el panorama. Uno!, dos! Gritó la pequeña francisca… hay una tercera a la izquierda exclamó Miguel… cuatro! Cinco! Continuaron diciendo los niños al ver que aparecía luminosamente tan lejanas estrellas. De pronto dejaron de contar, uno que otro parpadeo acelerado se volvió a repetir hasta que conciliaron el sueño en el bote, mientras éste seguía avanzando al mando de su escudero abisay. Sin duda una grata sensación debe de ser la de dormir en un bote. Se asemeja un tanto a ser mecido en una cuna, ¿se lo imaginan?

Ya cuando comenzó a caer una espesa niebla, Abisay los abrigó con una manta que traía en su improvisado bolso. Abisay mientras tanto continuaba con la misma intensidad el viaje, remaba queriendo avanzar lo suficiente como para mañana a primera hora llegar a destino. El escudero para no distraerse por uno que otro ruido que había en los alrededores del lago, comenzó a cantar apasionadamente, no diremos que afinadamente pero lo necesariamente melodioso como para no despertar a los niños por un ruido molesto.

De tanto remar y cantar, nadie sabe como ni cuando comenzó a amanecer. Uno que otro tibio rayo de sol comenzó a aparecer y a abrigar las frías manos de Abisay. Después de unos cuantos bostezos de este último (que al parecer fueron mas sonoros que lo recomendado), la pequeña francisca comenzó a abrir sus ojos, como quien se arruga cuando hay mucha luz o como cuando se saborea algo demasiado ácido. Ya cuando los pudo abrir saludó alegremente al escudero con un: “Buenos días”, pegando un bostezo enseguida. Después de esto, movió un par de veces a miguel, hasta que por “arte de magia” éste se despertó. Después de esto ambos se estiraron nuevamente y pusieron su vista nuevamente en el cielo observando cada ave y cuanta nube que podían divisar. El “juego” se interrumpió cuando Abisay les dijo: “¡Sorpresa, hemos llegado!. Levantense y miren la casa que está al final del lago!. Ahí se encuentra la amada de vuestro Padre. La anhelada y querida Alejandra”. Los niños ante tal anuncio no lo podían creer, sonreían, se abrazaban, miraban atónitos y le agradecían a Abisay por haberlos conducidos hasta ese lugar.

Desembarcaron, corrieron en dirección a la casa, tocaron la puerta, sacaron los regalos y al abrirse la puerta abrazaron a Alejandra como si fuera el último abrazo que en la vida podían dar. Francisca le entregó el perfume y Miguel la carta (regalos que en el comienzo de la historia su Padre les había entregado). Alejandra amablemente los invitó a pasar. Francisca entró corriendo como si se encontrara en su casa; Miguel entró educadamente pidiendo permiso; y por último Abisay entró haciendo una reverencia y quedándose en la puerta como en señal de protección ante cualquier eventualidad. Alejandra los invitó a sentarse. Al cabo de unos minutos de conversación y de una que otra anécdota, Alejandra los invitó a pasar a la mesa y les dijo lo siguiente: “Saben mis pequeños, desde hace mucho tiempo yo esperaba este momento. Día y noche anhelé que estos lugares volvieran a ser verdes. Anhelé con todo mi corazón poder sentir nuevamente el aroma de una tierna flor; poder escuchar las aves cantar, verlas volar con total naturalidad. Sin duda ustedes ni se imaginan como era la vida en un lugar tan despoblado como éste, sin vida, sin flora ni fauna, sola rodeada de tierra y de calor. Sin embargo yo sabía que este día llegaría, de una u otra forma vuestro Padre se las arreglaba para enviarme recados y cuando supe que ustedes venían en camino estallé de felicidad. Una señal que aun recuerdo fue sentir después de cien años las primeras gotas que inundaron nuevamente esta tierra y que permitieron la formación del lago que ustedes acaban de atravesar.

Y así prosiguió hablando Alejandra, emocionada, conmovida y por sobre todo amada. Todo era calma hasta que en un instante comenzó un fuerte ruido en las afueras de la casa. Abisay extrañamente ni se inmutó por tal acontecimiento y abandonó la posición de la puerta para colocarse en un costado de la casa al lado del sillón. Su rostro era de calma y tranquilidad, lo cual no atemorizó ni a los pequeños ni a la amada Alejandra. Después de aquel ruido hubo un silencio casi ensordecedor hasta que de pronto la puerta se abrió y se escuchó una tierna voz que dijo: ¡Los amó! Era ni mas ni menos que el Padre, el mismo que encomendó a los niños la misión, el mismo que estaba ansioso de estar con la amada Alejandra, el mismo que quería que el bosque volviera a reverdecer. Los niños corrieron la amada los siguió y se unieron en un gran abrazo. Y al tenerlos tan cerca nuevamente les suzurró las siguientes palabras a sus oídos: “Mi pequeña y tierna Francisca; mi valiente y fuerte Miguel (tocándole el hombro como quien felicita a otro); mi amada y hermosa Alejandra.

(5) Esta es la Quinta y última parte de la historia.
Espero que les haya gustado.
Nos vemos la próxima semana.

crédito de la fotografía: http://www.flickr.com/photos/pipe_x/2237569863/

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Andrés!

Q lindo el final!! M gustó mucho la historia q escribiste =)
Espero q estes super bien y sigas teniendo tiempo para escribir y subir tus escritos, porq yo tengo el tiempo para leerlos :D
cuidt!


Paula